«Yo,
señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo», confiesa el
personaje principal de la famosa novela de Cela, ‘La familia de Pascual Duarte’.
Al fin y al cabo, durante la trama «solo» mata a tres personas y dos animales.
«Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y, sin embargo, cuando
vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera…»,
sigue diciendo. Ese destino que en gran parte se cuece en el ambiente familiar,
en cada casa. De ahí que nuestro refranero recoja un par de sentencias que
significan prácticamente lo mismo, aunque una resalte lo malo y otra lo bueno:
«en mala casa, mal amo y mala masa» y «en buena casa, buena brasa».
En
un colegio de Ampuero, un niño de once años ha roto el coxis a su profesora
tras propinarle una zancadilla porque lo reprendió cuando jugaba al fútbol en el
aula. La madre del niño también ha dicho que «mi hijo no es malo, solo tiene
problemas de impulsividad y la profesora le hace la vida imposible. No es justo
que lo señalen así, está sufriendo mucha ansiedad». Me quedo sin palabras ante
las suyas, aunque le concedo la razón en cuanto al escrúpulo que debe existir en
el trato hacia el joven, que, por cierto, en lo que se refiere a la información
sobre sus datos personales está siendo exquisito (no podía ser menos tratándose
de un menor).
Su conducta,
con tratamiento, todavía puede ser enderezada. Quizá, por maduros ya enviciados,
no pueda serlo la de los «empresarios» que, recurriendo al contacto de un primo,
nos trataron como primos y se embolsaron seis millones de euros en comisiones, con
los que compraron un yate, un Ferrari, un Lamborghini, unos Rolex…
Lógico.
Venían de casa grande.
También se suele decir: "Lo han mamado".
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