La
tarde pesa. La muerte se ha llevado una persona cercana, aún demasiado joven.
Me decía mi sobrina Nuria –una médico acostumbrada a esas circunstancias– que,
aunque en lo que respecta a la vida y la muerte no conviene hablar de justicia,
es muy injusto lo que habitualmente sucede. Las bombas caen cada vez más próximas,
según vas cumpliendo años, y la vida se llena de ausencias. Es una certeza de
la que eres consciente cuando en la mesita de noche comienza a haber pastillas
para regular un cuerpo que amenaza con deshilacharse en cualquier momento. Tiempo
de hilvanes para mantener atadas las costuras de la supervivencia.
Pero
la vida sigue. Siempre ha sido así. Además, hay situaciones que nos animan, y cómicos,
pícaros o castizos, dispuestos a divertirnos. Por ejemplo, el fanático Roncero,
al que algunos consideran periodista, con sus baladros tras el fallido fichaje
de Kylian Mbappé por el Madrid. O los voceros de la derecha anacrónica, que se
han sentido obligados a ponerle «sordina a los desvaríos, escándalos y amoríos»
del emérito a su llegada a España. Mbappé y el Borbón, con los bolsillos
llenos, se han reído de quienes fijaban en ellos sus afanes. Uno de manera más
legal que el otro, dicho sea, pero con una ética que no ha respetado cuestiones
estéticas.
Bienaventurados
ambos, porque hablando de ellos nos alejamos de noticias como las de la viruela
del mono, las mutaciones del bicho, la guerra de Ucrania…, incluso atenuamos el
dolor de las muertes cercanas. Solo por eso, si hay un reino de fulleros, merecen
situarse a la derecha del trono. Y es muy probable que, en ese hipotético
territorio, aunque la muerte nos iguale a todos, aficionados, súbditos y gentes
de baja ralea sigamos ocupando un nivel inferior. Criticando, sí, pero desde
abajo.
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