Cuando
regresas a Cantabria tras estar un tiempo fuera, y lo haces desde el rigor
climático de la Meseta, suele recibirte por los montes de Campoo un cielo de
nubes que parece anunciar, en lo hondo, la tierra de Mordor (con esa expresión
jugamos al contemplar tal fenómeno). Retornamos a lo cotidiano y dejamos atrás las
temperaturas sofocantes de un verano anticipado en primavera, claro ejemplo de
que el cambio climático es evidente.
En
la normalidad del día a día nos topamos con las mismas noticias calientes que
nos pusieron los pelos de punta en los primeros tiempos de la transición,
aunque casi cincuenta años más tarde. Los obispos se comportan como antaño, intentando
guiar ideológicamente a una sociedad de la que se sienten pastores, pero en sus
análisis es común que vean la paja en el ojo ajeno y soslayen la viga en el
propio. Algunos militares del ejército español han recibido una bendición en el
Valle de los Caídos, rodilla en tierra y armas en la mano, pues su capitán
había anulado «todos los permisos de la compañía» para que los soldados de su
unidad acudieran a ese acto religioso. Todo les parece normal. Al fin y al
cabo, Iglesia y Ejército han recibido prebendas en la Constitución a las que no
van a renunciar, y además su jerarquía vertical no quiere cambios. En política
sucede algo similar: unos pretenden ir muy deprisa, pero a los inmovilistas las
prisas no les gustan nada. La polarización, pues, se dispara de modo alarmante.
Es como si nos afectara el cambio climático y nos predispusiera a vivir
periodos turbulentos.
Aquí,
en la tierra de los cielos grises, el verano se anuncia con optimismo. Parece
que el turismo antepone los valores medios a los rigores extremos.
¿Sucederá
algún día lo mismo socialmente?
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