El Diario Montañés, 27 de octubre de 2022
Unos
dieciocho mil médicos han marchado de España en estos diez últimos años, buscando
mejores sueldos y un futuro laboral garantizado. Y lo están haciendo en un
momento en que los profesionales se jubilan masivamente, porque alcanza la edad
del retiro la generación que llegó a la Universidad más abierta: la llamada de
los ‘baby boomers’, los nacidos entre 1957 y 1977.
Sumando
los estudios de la carrera, la preparación del MIR y el desarrollo de la
especialidad en los hospitales, los hemos preparado durante doce años, y ahora,
como si fuesen canteranos repudiados por el club que los formó, buscan su
futuro lejos de nosotros (si esto se tratase de fútbol, sospecho que se levantarían
más voces). Quedaron en nada aquella lucha no lejana contra el enemigo
desconocido, que se los llevaba por delante a ellos mismos, y el agradecimiento
en forma de aplausos a las ocho de la tarde. Prevalece el olvido. Han vuelto
las críticas y el desprecio: «¡Nunca se ponen al teléfono! ¡Te atienden como si
tuvieran prisa!». Y no vemos más allá. No queremos reconocer que los pacientes
son más numerosos que nunca, y ellos nunca han sido menos que ahora.
Y no
pretendo decir que, como en la viña del Señor, no haya de todo en la profesión
(hace un par de meses me sacaron de la antesala del quirófano porque en ese
momento comprobaron que no coincidían los diagnósticos de dos afamados cardiólogos…
y aquí sigo). Pero debemos cuidar mucho de lo público, algo que nos hemos dado
entre todos y que los responsables políticos deberían tratar con cariño
económico y perspectiva de futuro.
Si a
la Sanidad y sus profesionales solo los gestionamos con criterios
empresariales, seguirá esta sangría y nos irá muy mal. Algunas residencias de
mayores son un claro ejemplo.
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