El Diario Montañés, 14 de diciembre de 2022
Está
comprobado que hay propuestas que tienen bastantes contrasentidos. En los
últimos tiempos se están generando inseguridades con respecto al futuro de los
conductores mayores de 65 años. Que si sus niveles de atención y sus reflejos
ya no son los mismos, que tendrán que superar pruebas psicofísicas más exigentes,
que la renovación de sus carnés de conducir deberá tener una validez menor en
el tiempo y no superar los dos años… Todo ello es indiscutible, porque los
reflejos y otras capacidades se van perdiendo con la edad (quien la alcanzó, lo
sabe). El contrasentido viene cuando al mismo tiempo el Instituto de Estudios
Superiores de la Empresa (IESE), a través del profesor Javier Díaz-Giménez, anuncia
a los cuatro vientos que es necesario retrasar la edad de jubilación hasta los
74 años para preservar las pensiones. El supuesto, un auténtico despropósito,
lo es todavía más cuando se comparan ambas medidas. Se me podrá decir que un
conductor sin los reflejos suficientes es un peligro para él y para los demás. Y
desde luego que puede serlo. Pero no me imagino, poniendo un ejemplo burdo, en
las manos añosas de un cardiólogo o de cualquier otro profesional médico. Pero
como nos solemos mover en la incoherencia, el mismo profesor economista manifestaba
en 2018 que «jubilarse a los 70 años es inconsistente ya que cuando tienes 50 y
te vas al paro, es muy difícil conseguir un empleo». Negaba entonces lo que
afirma ahora, algo propio del pensamiento pendular.
Hay
soluciones que parecen muy sencillas, pero que por cuestiones económicas desconozco
si se tomarán. En Cantabria, por ejemplo, se jubilarán mil médicos durante los
próximos diez años. ¿Cubriremos todas las plazas o las amortizaremos pensando solamente
en el pan del ahorro económico de hoy, ignorando el hambre de las pensiones de
mañana?
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