Ser
columnista aporta notoriedad y riesgo. Si en los escritos solo se abordan temas
literarios, se corre el peligro de saturar al lector, pues literatura y ‘literahartura’
se diferencian en una vocal repetida y dos consonantes añadidas. Los de opinión
política no le van a la zaga: si identifican tu pensamiento, se agrada a unos,
pero se incomoda a quienes tienen ideología diferente, que además suelen ser
aguerridos opinantes en las redes del anonimato.
Manuel
Alcántara, maestro de columnistas, decía que tras cumplir con lo que obliga la
profesión del ser humano, al final de la fatiga enseñaba a andar palabras de la
mano. Y esa, entiendo, es tarea principal del escritor, armonizar palabras para
que se refuercen en la belleza conjunta, algo que, según diría Rajoy, «no es
cosa menor. Dicho de otra manera: es cosa mayor».
Traigo
a colación al expresidente porque ahora tiene una columna deportiva en ‘El
Debate’, en la que escribe el día después de los partidos de la selección
española de fútbol en el mundial de Qatar, y lo hace como habla, con frases
‘rajoyanas’, de las que ya permanecen para siempre circulando por las redes: «hace
unos días dije que Alemania es Alemania y creo que Alemania me ha dado la razón»,
«hay que pensar que si el balón está en el área del otro no te van a meter un
gol», «de momento estamos en octavos de final y conviene saber en dónde estamos
exactamente». No resulta extraño que se esté pidiendo que esas columnas sean
encuadernadas, porque «solo entonces el ser humano compensará culturalmente la
destrucción de la Biblioteca de Alejandría».
Gregorio
Marañón –que era prudente– decía que para esconder sus carencias conversaba de
medicina con sus amigos filósofos y de filosofía con sus colegas médicos. Mariano
no tiene tal prevención.
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