Una
canción de Fito & Fitipaldis, ‘Por la boca vive el pez’, me ha traído al caletre
a nuestro presidente Revilla. Acaso porque sospecho que se siente más vivo que
nunca cuando habla en la tele. Aunque esta semana haya tenido que pedir perdón
(dicen que rectificar es de sabios), consciente de que había metido la pata,
sabedor de que quien mucho habla, mucho yerra. Porque cuando se opina de todo, es
muy probable que el pez muera por la boca: ser sublime sin interrupción es una
quimera, y más difícil en directo y a cierta edad (quien lo probó, lo sabe).
Revilla
achacaba la escasez de médicos de familia a la alta nota de corte para poder
estudiar Medicina en la universidad, porque «para ir a un pueblo, de médico de
familia, de atención primaria, tampoco hay que tener un 14». Y los médicos se
han sentido despreciados.
A
poco que se conozca el tema, el problema no solo es ese. Habría que hablar de
los sueldos (como son escasos, se permite contratar a «médicos extracomunitarios
con la licenciatura homologada, pero sin la especialidad certificada», mano de
obra barata que no puede protestar «porque nos cortan la cabeza»); de las
condiciones de trabajo (agresiones incluidas); de los medios que tienen las instalaciones
sanitarias en los pueblos (tanto técnicos como personales); del cumplimiento de
las promesas políticas (según el nefrólogo Rafael Matesanz, lo de «gestores de
la sanidad es otro eufemismo para meter en el mismo saco a expertos en gestión,
políticos sin la más mínima raíz en el sector o médicos metidos accidental y
temporalmente a la administración»; de…
Como
diría Miguel Hernández, habría que «hablar de muchas cosas, compañero del alma,
compañero». Llamarle al pan, pan; al vino, vino. Y analizar los problemas
sanitarios sin dar la nota.
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