El Diario Montañés, 1 de marzo de 2023
No,
si yo no digo que no esté bien fallado el premio Castilla y León de las Letras.
Méritos sobrados tiene la obra del premiado. Aunque quizá más la de antaño, porque
la actual muestra cierta involución hacia conceptos rígidos de la nación, al
menosprecio de la modernidad o a la alabanza torera, además de preferencias
mayores hacia menores que prefiero no tratar aquí. Dice el galardonado que no es
él quien se ha apropiado de las ideas de Vox, sino que han sido los de Vox quienes
se han apropiado de las suyas, antes tan extremas, ahora convergentes. Igualmente
han confluido las del consejero de la cosa cultural, pasando del extremismo de
izquierdas más radical a la radicalidad de la orilla opuesta, tan vertebrada,
tan masculina, tan diestra. Y no digo yo que esté mal cambiar las ideas, porque
el inmovilismo puede idiotizar, pero las mudanzas abruptas, de chaqueta nueva a
camisa vieja, suelen desprender el olor a alcanfor de lo cerrado y evocar
épocas de sotanas resobadas.
Pero
que nadie deduzca de esto que yo digo que el premio se le ha concedido a
Sánchez Dragó por simpatías políticas antes que por calidad literaria. Al fin, tampoco
son tantos los escritores que lo merecían (entiéndaseme la ironía). Además, hay
que añadir que el laureado lleva tiempo viviendo en Castilfrío –y eso da
puntos–, un pueblecito de Soria casi vacío, en una casona típica castellana, que
ha reparado con paciencia y en cuyo jardín ha colocado dos cabezas enormes de
Buda. Oriente y Occidente hermanados de tal guisa con la más profunda contradicción
estética, igual que el escritor y el consejero han sabido conciliar sus contradicciones
políticas.
No,
yo no diré nunca que esté mal fallado el premio. Solo que la radicalización también
ha anidado en la cultura.
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