El Diario Montañés, 21 de junio de 2023 (Óleo de Solana, Corrida de toros en Sepúlveda)
Entré
en el bar del pueblo por un impulso inexplicable. Pero una vez dentro, ya no me
atreví a salir (mi padre me había dicho que para ser «un hombre de verdad»
tenía que aprender a alternar). La música ambiental cantaba el beso que un
caballero español le había dado en el puerto a una dama que no conocía. Los
pinchos estaban en la barra, sin protección. Un grupo de paisanos jugaban al
mus, el cigarro colgando de los labios, con una copa de sol y sombra que le
daba calor a la garganta y al propio juego. Me miraron como se mira en las
película del Oeste al extraño que entra en una cantina. Había serrín en el
suelo, lo recuerdo, quizá para ocultar los huesos de aceitunas o las cabezas de
las gambas que se daban de tapa con los chiquitos de vino. De las paredes
colgaban como trofeo cabezas de venado de amplia cuerna, y un cartel en el que
un niño le pedía a su padre que no blasfemara. La televisión, a la que unos
cuantos prestaban atención, daba imágenes de una corrida de toros. «Quita al
Escobar y dale voz a la tele», dijo uno de los espectadores. Desde la barra, el
dueño apagó la radio, y comenzó a sonar con fuerza «Marcial, eres el más
grande, se ve que eres madrileño…», ahogando los mugidos del toro. Intenté
salir de aquel lugar irrespirable, pero mis piernas se trabaron, como si
estuvieran entre sábanas. Y efectivamente, lo estaban. Lo comprobé al despertar
entre sudores de un mal sueño confeccionado con imágenes del pasado.
Sin
embargo, al día siguiente una noticia anunciaba que un torero había sido
nombrado consejero de cultura de Valencia. Sospeché entonces que mi sueño, más
que una analepsis, podía haber sido una prolepsis.
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