El Diario Montañés, 7 de junio de 2023
Hace
no mucho tiempo, un concejal capitalino, de cuyo nombre no quiero acordarme,
manifestó que Santander se estaba convirtiendo en un paraíso para la
delincuencia: robo con fuerza en domicilios, inseguridad en las calles,
ocupaciones (con k)…, lo más parecido a una ciudad sin ley. Menos mal que por
aquel entonces aún no tenía noticia de los robos de propinas en las terrazas de
los restaurantes, un hábito pernicioso que ha puesto en pie de guerra a los
hosteleros, que ahora reclaman más policía ‘apatrullando’ la ciudad. En eso
coinciden con la opinión del concejal. Añaden que las propinas, «para agradecer
el buen servicio recibido» –aunque algunos pensamos que en ciertos casos sirven
para completar sueldos escasos–, son sagradas en este ámbito tan esencial del
comercio, muy diferente, según parece, a otros (olvídense de ellas libreros,
carniceros, pescaderos, dependientes de comercio…).
En
2012, César Torrellas, otro concejal pero de tinte liberal, permitió colocar un
cartel, en una rotonda de la ciudad, a modo de señal direccional de tráfico, con
la leyenda ‘Mucha policía, poca diversión’, como homenaje al grupo musical
‘punk’ Eskorbuto. Entonces tuvo que soportar, entre otras muchas, las quejas de
la Asociación de la Policía Local, que llegó a reclamar su dimisión. Es algo
lógico en un país como el nuestro, tan preocupado con la seguridad que ha sido
capaz de poner en el primer plano de una campaña municipal a un grupo
terrorista desaparecido un año antes del cartel de marras.
A
mí, por la parte que me toca, me preocupan bastante más –son palpables y objetivos–
los ataques a los médicos, que el año pasado han crecido a escala nacional un
38%, siendo Cantabria «la segunda comunidad española con mayor proporción de
agresiones».
Se
constata que esto de la inseguridad lo medimos por intereses personales.
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