Cuanto
mayores son las expectativas del triunfo, más amargo puede resultar el sabor de
una victoria, porque según la psicología las expectativas son las madres de
todas las frustraciones. Esa amargura la han vivido este domingo las gentes del
PP, aun asomándose al balcón de los ganadores. Todos con ideario azul, aunque vestían
camisa blanca; todos, menos una, de llamativo rojo. En ese momento los seguidores
cantaron al rival «que te vote Txapote», despreciando las papeletas que optaron
por tal elección –¿casi ocho millones de txapotes?–, un pareado que según
algunos analistas puede devorar a Feijóo más que ciertas compañías. Aunque yo –no
sé ustedes–, si fuera Feijóo me preocuparía por las aclamaciones a esa compañera
de rojo. Fue un momento delicado y difícil para el político gallego, porque detrás
de aquellos vítores se intuía que solo tendrá una segunda oportunidad en las
urnas, y si la desaprovecha no habrá una tercera. Hay compañías muy perjudiciales.
Volviendo
a las expectativas, me pregunto por las encuestas: ¿están al servicio de quienes
las encargan?, ¿tienen valor, o con ellas se pretende hacer poliquitería? (según
la RAE, intervenir o brujulear en política, tratar de política con
superficialidad o ligereza, o hacer política de intrigas y bajezas). Basándose
en sus resultados, se ha proclamado, incluso, la falta de legitimidad del
gobierno, olvidando que la legitimidad se ampara en la ley y no en apreciaciones
interesadas.
Qué
se le va a hacer. Vivimos tiempos en los que algunos periodistas políticos han
alcanzado tal nivel de forofismo deportivo que incluso se dedican a hacer
porras futboleras con la política. Ana Rosa había vaticinado 155 escaños para
el PP y 110 para el PSOE. Su predicción fue equivocada, «pero siempre desde la
honradez», dijo (manda huevos).
Caminos
dispares los de la realidad y el deseo.
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