El Diario Montañés, 7 de febrero de 2024
Los
científicos llevan tiempo advirtiéndonos del cambio climático y explicándonos
sus causas, pero aún mucha gente sigue aferrándose a razones supersticiosas.
Desde que se tiene noticia, en nuestro país han existido las ‘rogativas
propluvia’, rezos y procesiones para pedirle a los santos su intercesión para
el regreso de la lluvia. En 1945, el fraile soriano Francisco Irañeta parecía conocer
el origen de la pertinaz sequía, que atribuyó entonces «a la inobservancia de
los días festivos, el horrendo pecado de la blasfemia y el pecado de la
impureza».
Todavía
en el siglo XXI los obispos continúan pidiéndonos que roguemos, aunque ahora sin
culpabilizar a nadie de este estiaje perpetuo; el de Córdoba, muy pragmático, acaba
de proclamar que «Dios sabrá cuándo y cómo nos la enviará [la lluvia], pero
nosotros no dejemos de pedírsela». No sea que…
Entre
la Ciencia y la Religión, Isabel Ayuso ha intercalado un tercer factor de juicio:
la Filosofía. Pero no la orteguiana, a la que tanto gustaba recurrir el
profesor Tierno Galván, sino la sevillana (de la escuela de Carmen Sevilla),
que se basa en afirmaciones tan incongruentes como campechanas y tiene mucho
calado popular, aunque en el caso de la madrileña, que no da puntada sin hilo, siempre
realizadas con intereses políticos bien calculados. Ni pecados ni tonterías, dice,
porque parece tener claro que las causas de la sequía son de otro origen: «Tras
el cierre de las plazas de toros [en Cataluña] han llegado la sequía y el
control político». Ole, ole y olé.
Como
quiera que la Cantabria taurina y glamurosa ha congregado a 250 personas en el
Palacio del Mar, me he tranquilizado. Con tal vocación torera regional, si es
cierta la filosofía sevillana de Ayuso, la lluvia llegará para colmar el
pantano del Ebro.
No puede
ser de otra manera.
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