Cuando uno navega por internet buscando
información sobre las ambulancias de Cantabria obtiene resultados que erizan
los cabellos. Y no es que haya estado indagando por casualidad, sino porque la
pasada semana tuve que utilizar un par de ellas como acompañante, ida y vuelta
hacia el hospital de Valdecilla, y la experiencia resultó de vértigo; quizá por
eso, antes de subirnos al furgón, nos recibió un técnico en emergencias sanitarias
con una pregunta que me descolocó: «¿Alguno de ustedes se marea?». Comprendí su
interés cuando el vehículo comenzó a moverse cual diligencia del Oeste, al
menos en lo referente a suspensión y ruidos, aunque pronto tuvimos la certeza de
que en caso de que los indios apareciesen en lontananza, sería imposible que
nos alcanzaran, tal era nuestra velocidad. Tanto los acompañantes como los
pacientes íbamos, por supuesto, sujetos con fuerza para no escurrirnos en alguna
curva.
Durante
el trayecto, el mismo técnico nos comentaba sus cuitas. Parte de su charla la contrasté
en la información que refería, así que la juzgo cierta: «Ahora vienen otros
nuevos. La adjudicataria del contrato para el transporte es una empresa
valenciana que ha ganado con una baja casi temeraria. A ver qué vehículos traen.
Nosotros tenemos ambulancias con 800.000 kilómetros de servicio, algunas sin
pasar la ITV, las hay que se deshacen literalmente. Para colmo, nuestra
compañía ha castigado a dos conductores porque acababan de entregarles dos camionetas
nuevas y, como no tuvieron tiempo para adaptarse, han sufrido sendos accidentes.
Además, no respetan el vestuario laboral ni los equipos de protección. Pero todo
eso al Servicio Cántabro de Salud le da lo mismo; luego son ustedes quienes
pagan los platos rotos».
En
cuanto descendí del furgón, le di la razón con euforia temblorosa.
Como
el Santo Padre, estuve a punto de besar el suelo.
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