El Diario Montañés, 25 de junio de 2024
Hay
en el ruido de las monjas de Belorado matices que vinculan su peripecia con algunas
similares de nuestra clase política. Quizá la coincidencia más palpable sea que
las hermanas burgalesas discrepan del Concilio Vaticano II, que consideran «secta
del conciliábulo», igual que las derechas patrias lo hacen con el gobierno
«Frankenstein» de Sánchez, que califican de ilegítimo. Existe otra no menos
importante: las clarisas tienen como asesor espiritual a un coctelero de
Linares, que alcanzó fama en Bilbao tras haber ganado con su mezcla ‘Lucky
Peach’ el tercer Campeonato de Gin-Tonic de Bizkaia, y la superiora madrileña
de la derecha tiene un asesor intelectual, también perito en licores, que mezcla
a la perfección noticias falsas en la coctelera del odio, para que las utilice su
tutelada en los discursos políticos.
Sin
embargo, a diferencia de la abadesa capitalina, las clarisas beliferanas respetan
a un obispo, Pablo de Rojas Sánchez-Franco, cuya ‘Pía Unión Sancti Pauli
Apostoli’ han seguido ciegamente hasta alcanzar el precipicio moral de la
excomunión. Ella, la abadesa, no respeta a nadie, porque no admite ninguna jerarquía
superior, aunque esté dispuesta a condecorar a cabecillas de otros negociados, tan
ultraliberales como el suyo, pero lejanos, por si las moscas.
Dicen
quienes han estudiado el caso de las religiosas que detrás del cisma puede
haber importantes razones económicas. Acaso las mismas que originan tantas discrepancias
políticas. Sea como fuere, lo cierto es que la desobediencia de las religiosas
ha terminado en un anatema cuyo efecto secundario, si no lo remedia un bufete
santanderino de abogados, puede dejarnos a nosotros sin trufas, bombones ni
chocolates. Una pena.
El dirigente
nacional de la derecha, por el contrario, ha sido incapaz de reprender siquiera
a la superiora autonómica. No quiere conflictos que, como le sucedió a Casado, le
dejen viudo de mando.
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