El Diario Montañés, 14 de agosto de 2024 (Composición fotográfica DM)
No
nos engañemos, llevamos por bandera el orgullo de lo nuestro. Y eso, si no se
exagera, no tiene por qué ser malo. Pertenecer al mismo barrio, al mismo
pueblo, a la misma autonomía… marca mucho. Es, multiplicado, un espíritu de
clan que va más allá de los lazos familiares, algo así como ser semillas
nacidas o trasplantadas en una tierra común que proporciona idénticos nutrientes
y permite desarrollar una identidad propia. Al menos eso parece desprenderse de
los titulares periodísticos y de las manifestaciones políticas de estos días
con respecto al gran papel de los deportistas cántabros en los Juegos Olímpicos
de París. «El rendimiento ha sido excelente, once de los doce cántabros que
viajaban a París se han llevado diploma olímpico, cuatro de ellos, medalla, y
la única que no se llevó ese diploma realizó una competición más que digna», resume
una noticia periodística. «Somos el 1,2% pero damos muchas alegrías a este
país, son un orgullo para Cantabria», acentuó nuestra presidenta en el Día de
Cantabria. Todo vale para el convento cuando se trata de recoger éxitos.
Resultados
excelentes, sí, pero los árboles no deben ocultarnos el bosque. Es cierto que
nuestra tierra es feraz en talentos, pero no lo es menos que gran parte de
ellos tienen que emigrar para poder desarrollarse plenamente. Y no sucede solo
en el ámbito deportivo, por falta de instalaciones, equipos punteros o fuga de
preparadores (¡Ay, José Manuel Abascal!), algo que en sí ya resulta doloroso,
sino con otra serie de profesionales que formamos aquí, con nuestros
nutrientes, pero deben salir, no ya de Cantabria sino de España, para
desarrollar ese talento que no pudimos o no supimos retener: 140.580 españoles
menores de 35 años abandonaron nuestro país en 2022.
Pueden
estar tranquilos: si triunfan, los consideraremos de los nuestros.
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