El Diario Montañés, 28 de agosto de 2024
Los
ricos también lloran cuando pierden a sus seres queridos, aunque los duelos con
pan son menos, porque el pan de las herencias aumenta los bolsillos y aligera
el dolor. Recogía la prensa esta semana algo que presentíamos: las ganancias
patrimoniales son la primera y casi única fuente de ingresos de los millonarios.
Como consecuencia lógica, no sienten necesidad de crear empresas, porque su
despreocupación económica es total. El maná llovido de sus ascendientes es tan inmenso
que les resulta ajeno el castigo bíblico de ganar el pan con el sudor de la
frente, o que otros lo ganen por ellos. Desconocen cualquier sudor que no
provenga de una sauna. Tampoco temen la amenaza del camello y el ojo de la
aguja, algo tan lejano, sabedores de que nada podrán llevarse al otro lado porque
todo deberán dejarlo aquí en herencia para cerrar el círculo perfecto.
Warren
Buffett dijo que «una persona muy rica debería dejar a sus hijos lo suficiente
para hacer cualquier cosa, pero no tanto como para no hacer nada». Mas lo de no
hacer nada es una tentación muy humana. Últimamente algunos emulan a los ricos intentando
vivir de las rentas con el alquiler de pisos de verano. Al parecer, las
viviendas turísticas ilegales han reducido un 4% las pernoctaciones hoteleras en
Cantabria durante el mes de julio, pese a que en ese periodo resultase casi
imposible circular por la capital en coche o pasear por las aceras sin
aglomeraciones.
A
mí, no lo oculto, me gustaría ser rico. Llevo todo el día musitando esta
canción de Javier Krahe: «Usted me comprenda / es tan mísera mi hacienda / y a
mi alrededor / hay tanto derrochador / que estoy convencido / de que es un malentendido,
/ ¿por qué no yo, por qué no yo?».
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