El Diario Montañés, 11 de septiembre de 2024 (fotografía DM, Alberto Aja)
Dicen los manuales que memoria es la capacidad que tiene el cerebro para almacenar, retener y recuperar información. Pero, aun tratándose de un cerebro sano, suele ser caprichosa y, para algunos, conscientemente selectiva. La actitud de ciertas personas resulta firme a la hora de retener (conservar, característica propia de conservadores) los nombres de personajes franquistas, manteniéndolos presentes en los callejeros (con los nuestros no se juega), pero se muestra inmoralmente quebradiza cuando se trata de recuperar la dignidad de los asesinados en las cunetas, porque pueden traer el problema añadido de «desenterrar odios y rencores entre españoles», por más que se asegure que la recuperación no busca revancha, sino justicia para todos. Es una memoria que recuerda con obstinación a unos, pero sigue cubriendo a otros con paladas de olvido.
La
verdad es que con los acontecimientos que nos anticipan, se presenta un curso
político caliente. El gobierno regional ya ha dado los primeros pasos para
derogar la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Cantabria, y, casi al
mismo tiempo (dios me libre de unir una cosa con la otra) hay previsto un
concierto, que algunos definen como nazi-fascista, en una localización secreta
de la capital cántabra (la alcaldesa se declara incapaz de prohibirlo, porque hay
veces en las que puede intervenir, y otras que no, aunque en julio de 2016 su
homóloga de Ejea de los Caballeros lo prohibió por decreto).
No
me digan que no somos una pizca incoherentes. Llevamos años incumpliendo la
legislación que obliga a eliminar algunos nombres de las calles, estamos
dispuestos a derogar la ley de Memoria para hacerla a nuestra medida, pero no
encontramos solución alguna para suspender un concierto de rock de dudosos
principios democráticos.
Parece
evidente que cuando se quiere, se puede… dependiendo, claro está, de lo que se
quiera.
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