El Diario Montañés, 25 de septiembre de 2024 (fotografía V. Cortabitarte DM)
En
ninguno de los artículos de este rincón de incertidumbres he conseguido convertir
en profético el tono de mis reflexiones. Cada semana analizo las noticias y comento
aquellas que considero más chocantes, evitando en lo posible el menoscabo personal,
aunque resaltando las incoherencias. Suelo escribir sobre túneles inacabados,
retrasos de trenes, proyectos de aparcamientos sin sentido, presión turística,
Revilla como incrementador de audiencias televisivas… pero todas estas pequeñas
miserias locales me ocultan el gran problema que, según parece, nos amenaza.
He
llegado a esta conclusión leyendo los escritos en este periódico de mi amigo
Enrique Álvarez, cuyas ideas respeto, aunque estén en las antípodas de las mías.
Confirmo impotente que, comparada con la de él, mi mirada permanece demasiado a
ras del suelo, incapaz de alcanzar su tono profético –ese que el presidente
Sánchez considera de «profetas de la catástrofe», parafraseando a Juan XXIII,
que habló de los «profetas de las desgracias»–. Me explico: Álvarez manifestaba
en un artículo reciente que al «pueblo español se le está humillando tan a
conciencia y se está pisoteando su sentimiento patrio desde hace tanto tiempo
que cuando empiece a faltar el pan la gran ira será inevitable […] será un
tiempo de ira e irracionalidad». Madre mía, si en verdad llegan esos tiempos oscuros
que nos vaticina, necesitaríamos hasta la protección de la Virgen de Garabandal
para poder enfrentarlos. El problema es que el Vaticano duda de la autenticidad
de sus apariciones, algo que seguro va a irritar al propio Álvarez, pues
siempre mantuvo la esperanza de que en el asunto de Garabandal hubiera «un
'nihil obstat' a medio plazo».
Con
Sánchez desmantelando España y con el papa Francisco dándole la espalda a las apariciones
milagrosas, ese tiempo presagiado de ira e irracionalidad puede que esté a la
vuelta de la esquina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario