Hay informaciones
que, como los currículos escolares, son cíclicas y recurrentes, quizá porque en
el fondo se nos pretende tratar como a niños. Algunas –sirvan como ejemplo los
problemas de la sanidad y los plumeros–, además de reiteradas, en ocasiones han
confluido. El 12 de febrero de 2022 el Servicio Cántabro de Salud decía que
Valdecilla lideraba «el primer estudio en el mundo que demuestra que el plumero
de La Pampa provoca reacciones alérgicas», por lo que se recomendaba terminar
con su expansión (en 2019 se anunciaba una nueva herramienta para acabar con
los plumeros de La Pampa: ‘Alerta plumeros’, se llamaba). Ahora, lo de la
alergia se ha presentado de nuevo –como si tal investigación fuese actual–, y
también se ha insistido en la necesidad de eliminar los plumeros que, para más
inri, según parece llegaron a España por el puerto de Santander, mediado el
siglo XX.
Noticia
repetida viene siendo también la del peligro de las jubilaciones en cadena de
los médicos de familia (atención primaria lo llaman, diluyendo su sentido más
cercano), tantas veces previsto y anunciado, mas nunca resuelto. Lo que demuestra
que hay cuestiones que siguen cronificadas, con independencia de quien
gobierne, porque el día a día parece arrastrarnos con su rueda y consigue que
las noticias desaparezcan y resurjan, acaso porque nunca hemos abordado las
soluciones con rigor. («Ni muerta ceso al consejero de Salud», dijo nuestra
presidenta).
Pero
hete aquí que, metáfora de la inoperancia, los plumeros han invadido cual
okupas el tejado de nuestro Parlamento Regional. Si pasean por la zona, levanten
la mirada. Allí están, triunfantes, como si quisieran decirnos que mal se puede
arreglar la casa de los demás cuando ni siquiera somos capaces de limpiar la nuestra.
Vamos,
que se nos ve el plumero de la dejadez.
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