martes, 8 de diciembre de 2015

DERRIBO POLÍTICO (9 de diciembre de 2015)




El Diario Montañés, 9 de diciembre de 2015

Mi difunto vecino José era uno de aquellos jubilados que disfrutaron los viajes del Imserso en la temporada de su puesta en marcha, allá por 1985. Las personas modestas como él, que no habían salido prácticamente nunca del terruño, tuvieron una experiencia maravillosa. Moverse por Benidorm o por la Comunidad Valenciana aumentó su perspectiva geográfica y los enfrentó a otras realidades humanas, aunque luego no siempre asimilaron bien lo que habían visto.
Decía Cervantes que «las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos», pero en el caso de José no fue así, quizá porque sus peregrinaciones tampoco fueron tan luengas. Él regresaba de cada viaje entusiasmado, pero muy gruñón por lo retrasados que estábamos –decía– en Cantabria. Sentados en el salón de mi casa, frente a la vista inigualable de la sierra de Villacimera –la cadena montañosa con vegetación mediterránea por donde el Parque de la Naturaleza de Cabárceno se asoma al mar desde el mirador de Rubí–, hablaba y no paraba de las urbanizaciones que había conocido por allá abajo, «subidas por los montes, que da gusto verlas», y proclamaba que toda la montaña que teníamos ante los ojos debía ser también edificada. Yo, joven e impetuoso, sentía enflaquecer mi razón ante tanta sinrazón, y me subía por las paredes. Él entonces elevaba más el tono de voz: «En Benidorm da gusto, porque sólo con salir del hotel ya estás en la playa, sin cruzar la carretera. Eso es lo cómodo, eso atrae al turismo». Era imposible encontrar un punto de acuerdo.
José sería hoy un decidido defensor de las aberraciones constructivas que se han llevado a cabo por montes y costas de Cantabria (Argoños, Escalante, Miengo o Piélagos, por citar las más relevantes), y que han colocado a nuestra región en el segundo lugar, sólo por detrás de la Comunidad Valenciana, de las zonas con más construcciones artificiales en los primeros cien metros de costa. Seguro que también habría defendido los ardides legales que urdió la administración regional para evitar los derribos y que ahora ha anulado el Tribunal Constitucional. Cabe decir en su descargo que no tenía gran preparación, ni había intereses económicos particulares detrás de sus ideas. En el caso de los desaprensivos que trasladaron a nuestra tierra aquel modelo desarrollista y pernicioso, no estoy tan seguro. Lo único que sé con certeza es que tarde o temprano tendremos que pagar entre todos el engaño que le hicieron a unos cuantos para beneficio de unos pocos. Por eso considero que, a la vez que los edificios, habría que derribarlos también a ellos.
Políticamente hablando, claro.

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