El Diario Montañés, 9 de diciembre de 2015
Mi difunto
vecino José era uno de aquellos jubilados que disfrutaron los viajes del
Imserso en la temporada de su puesta en marcha, allá por 1985. Las personas
modestas como él, que no habían salido prácticamente nunca del terruño,
tuvieron una experiencia maravillosa. Moverse por Benidorm o por la Comunidad
Valenciana aumentó su perspectiva geográfica y los enfrentó a otras realidades
humanas, aunque luego no siempre asimilaron bien lo que habían visto.
Decía Cervantes
que «las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos», pero en el
caso de José no fue así, quizá porque sus peregrinaciones tampoco fueron tan
luengas. Él regresaba de cada viaje entusiasmado, pero muy gruñón por lo
retrasados que estábamos –decía– en Cantabria. Sentados en el salón de mi casa,
frente a la vista inigualable de la sierra de Villacimera –la cadena montañosa
con vegetación mediterránea por donde el Parque de la Naturaleza de Cabárceno
se asoma al mar desde el mirador de Rubí–, hablaba y no paraba de las
urbanizaciones que había conocido por allá abajo, «subidas por los montes, que
da gusto verlas», y proclamaba que toda la montaña que teníamos ante los ojos
debía ser también edificada. Yo, joven e impetuoso, sentía enflaquecer mi razón
ante tanta sinrazón, y me subía por las paredes. Él entonces elevaba más el
tono de voz: «En Benidorm da gusto, porque sólo con salir del hotel ya estás en
la playa, sin cruzar la carretera. Eso es lo cómodo, eso atrae al turismo». Era
imposible encontrar un punto de acuerdo.
José sería hoy
un decidido defensor de las aberraciones constructivas que se han llevado a
cabo por montes y costas de Cantabria (Argoños, Escalante, Miengo o Piélagos,
por citar las más relevantes), y que han colocado a nuestra región en el
segundo lugar, sólo por detrás de la Comunidad Valenciana, de las zonas con más
construcciones artificiales en los primeros cien metros de costa. Seguro que también
habría defendido los ardides legales que urdió la administración regional para
evitar los derribos y que ahora ha anulado el Tribunal Constitucional. Cabe
decir en su descargo que no tenía gran preparación, ni había intereses
económicos particulares detrás de sus ideas. En el caso de los desaprensivos que trasladaron
a nuestra tierra aquel modelo desarrollista y pernicioso, no estoy tan seguro. Lo
único que sé con certeza es que tarde o temprano tendremos que pagar entre
todos el engaño que le hicieron a unos cuantos para beneficio de unos pocos. Por
eso considero que, a la vez que los edificios, habría que derribarlos también a
ellos.
Políticamente
hablando, claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario