El Diario Montañés, 2 de diciembre de 2015
Este fin de
semana he vuelto a Castro Urdiales, la ciudad donde tanto he vivido. La
celebración de San Andrés es una de las excusas anuales que un grupo de cinco
parejas, con más de veinte años de amistad, tenemos para reencontrarnos. La
cena –en torno a caracoles aliñados con salsa picante– es el preámbulo ideal para
luego, en la tertulia, «arreglar el país». La mayoría enfilamos la última curva
de la cincuentena, pero tenemos un espíritu crítico intacto porque no vemos por
ningún lado los valores sociales que defendimos en su día. Por eso, la
sensación de fracaso nos lleva a hablar del camino equivocado que ha tomado la
sociedad. Y surge el debate, que esta vez se centra en la sinrazón de ciertos
sueldos.
Mientras
nuestros hijos –a los que queremos dar la mejor preparación para que se abran
paso en la vida– estudian alzados sobre un vacío que los catapultará al paro, a
una remuneración mísera o al extranjero, un grupo de jóvenes –generalmente con
poca o ninguna preparación cultural, y sin mucho esfuerzo– actúan en el circo
del fútbol con sueldos que, de puro exagerados, son inmorales. Y no sólo los de
las grandes figuras. El BOE publicó en octubre de 2014 el salario mínimo que
cobrarían por convenio los futbolistas de primera y segunda división: 129.000 y
64.500 euros, respectivamente. Además, preveía una revalorización para este año
acorde con la subida del IPC.
Con tanto
profesional mal retribuido, estas cifras resultan escandalosas (cualquier
futbolista de segunda división tiene asegurados 5.375 euros mensuales, aunque
no juegue nunca, más de siete veces el salario mínimo interprofesional de los
españoles).
Cuando una
sociedad adopta esta vara de medir, no tiene luego ningún derecho a criticar al
presidente del país por asistir a un programa radiofónico de fútbol y no a un
debate con sus adversarios políticos. Su departamento de imagen conoce tanto
sus deficiencias dialécticas como los índices de audiencia –que marcan los
intereses reales de la mayoría de los votantes–, y se inclina por que acuda al
campo donde juega con mayor ventaja.
Sólo de pensarlo
se me revolvió el estómago. O quizás fue por el picante de la salsa. Menuda noche.
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