El Diario Montañés, 5 de enero de 2016
Esto de la
democracia nos confunde. El hecho de que podamos votar y opinar con libertad no
nos debe llevar a deducir que todos somos iguales. Tenemos que distinguir bien:
una cosa es que nuestro voto valga igual que el del vecino pudiente y otra muy
distinta que nos creamos con sus mismos derechos. Hasta ahí podíamos llegar.
Esto lo tiene
muy claro nuestro consejero de la cosa industrial, turística y comercial. Él,
que es Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, sabe bien que todos los caminos
llevan a Roma, pero que Cantabria es conocida solamente por dos iconos en el
extranjero más remoto: el Banco de Santander y Altamira. Y mientras nuestro
presidente va de televisión en televisión promocionando leche, sobaos, anchoas
y otros productos de andar por casa, su consejero, que también lo es de innovación,
innova y no se anda con chiquitas. Tiene en mente una promoción de alcance
internacional que pretende que todo rico con antojo pueda comprar, mediante
subasta, entradas adicionales a las cinco que se sortea semanalmente para poder
acceder a la cueva de Altamira, que es patrimonio de todos. Tan singular puja situaría
a Cantabria en el mapamundi, pues se haría en medios de difusión mundial y
alcanzaría a las grandes fortunas, por poner un ejemplo, a Bill Gates (aunque
sospecho que el bueno de Bill puede visitar Altamira con sólo descolgar su
teléfono). ¿Imaginan la repercusión global de un concurso que se podría seguir,
incluso, por internet? Una gozada, vamos. Altamira, que ya se puede comprar virtualmente
en el Monopoly cántabro, estaría disponible como destino real en el gran
Monopoly Planetario. Y con Altamira toda Cantabria, por infinita que sea. ¿Peligrarían
sus pinturas? En absoluto. Aunque las visitas aumenten, Martín –especialista
también en Hidráulica, Oceanografía y Medio Ambiente– lo tiene todo previsto:
los visitantes entrarían a la gruta ataviados con «una especie de respirador o
escafandra, como los buzos», pero siempre previo pago de mucho dinero, porque
eso de la igualdad es de ilusos, y hasta la suerte –Carlos Fabra nos lo enseñó–
se puede comprar.
Decía Víctor
Manuel en una canción de mi juventud lejana que «todos tenemos un precio, todo
se compra, se vende». Peligroso pensamiento, porque de quien opina que el
dinero puede hacerlo todo, se puede sospechar que será capaz de hacer cualquier
cosa por dinero. Y no lo digo yo. La frase es de Benjamin Franklin.
Qué razón tienes. Menos mal que hayá por los años 50 pude ir a verlas con el colegioj
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