El Diario Montañés, 6 de julio de 2016
Ahora
que llega el verano comienza la época de los contratos temporales. Las cifras
del paro se reducen al tiempo que aumentan las afiliaciones a la Seguridad
Social, y todo parece ir miel sobre hojuelas de no ser porque las hojuelas
tienen agujeros por donde se escurre la miel. Los puestos de trabajo son tan
precarios y de tan escasa cuantía económica que no sirven para tapar los boquetes
de nuestra economía de gruyer. Por eso, pasadas las elecciones, si no con
nocturnidad, porque ahora los días son más largos, pero sí con «veranidad» y alevosía,
el gobierno en funciones ha vuelto a meterle mano a la hucha de las pensiones
para pagar la extra de julio a nuestros jubilados.
Dicen
los expertos –no hay que ser un lumbreras para echar las cuentas– que a este
paso quedan fondos para tres pagas, con lo que allá por el año 2018 esto se
acabará si no lo para nadie. Y los actuales mandatarios, que nos empujan sin
miramientos a suscribir planes privados de pensiones, no parecen estar muy
decididos a pararlo (ya se sabe lo que les priva lo privado). Un asunto muy
importante que debe ser tenido en cuenta en las conversaciones para los futuros
pactos de gobierno.
Desde
mi perspectiva veo el tema con preocupación. Estoy en una edad en la que el
pasado tiene más páginas que el porvenir (han sonado ya algunas canciones de la
cara B del disco de mi vida) y no tengo claro que cuando llegue al júbilo de la
jubilación la situación sea jubilosa. Acaso por eso, algunos más pragmáticos quieren
arreglar su futuro desde el rabioso presente: la concejala de Ganemos Santander
cree que lo mejor que puede hacer es ganar «en» Santander, y ha comenzado a desviar
su voto hacia intereses que coinciden poco con los que por lógica podíamos
suponer.
Y
es que hay que tener mucho cuidado con la hipocresía de algunos progres, a la que,
aun sin permiso de la RAE, llamaré en adelante «hiprogresía».
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