El Diario Montañés, 26 de octubre de 2016
Niño-Becerra
vaticinaba esta semana un futuro negro que nos traerá, más pronto que tarde, la
imparable automatización, el crecimiento del paro, la desaparición de la clase
media y la insostenibilidad de las pensiones. Algo que me refuerza en la
opinión de que, además de tener más lejos el final de nuestra vida laboral,
cuando lo alcancemos apenas nos van a quedar unas migajas para el reparto.
Nos hemos metido
en un laberinto del que sólo saldremos si el trabajo alcanza cotas importantes
y se dignifica lo suficiente como para que los trabajadores tengan seguridad en
su puesto y puedan vivir de su sueldo. Pero con la situación actual resulta
imposible: cerca del 40% de los contratos que se han firmado en Cantabria en lo
que va de año no llegan a durar una semana. De su calidad y remuneración es
mejor no hablar.
Lo preocupante
es que el propio economista decía que la reparación del edificio de las
pensiones es casi una quimera porque presenta daños estructurales. Tiene
cimientos inestables, goteras en el tejado y grietas en las fachadas. Además,
según él, los políticos tienen muy poca capacidad de maniobra ante los poderes
que manejan la economía, y se limitarán a emplastecer las grietas y pintar las
paredes interiores, unas veces de rojo y otras de azul, que el color poco
importa.
El miedo está
dando paso a la ley del sálvese quien pueda. Y al olor del peligro han empezado
a sobrevolar como buitres los planes privados de pensiones. Una solución que –dejando
a un lado la falta de garantías de los fondos de inversión– tampoco parece que
vaya a ser la panacea, porque solamente resolverá el problema de los pocos que
pueden permitirse el lujo de ahorrar. A lo mejor, ahora que la abstención de
los unos va a permitir el gobierno de los otros, todos los actores políticos se
deciden a tomar las riendas de la situación y alcanzan un papel protagonista en
el sainete.
Si además se
convierten en estrellas antes de que nos estrellemos, sería la leche.
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