El Diario Montañés, 2 de noviembre de 2016
La
Iglesia católica cree que la cremación del cadáver «no toca el alma y no impide
a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo», pero al tratarse de un proceso
antinatural lo considera forzado y violento. Además, acaba de prohibir esparcir
las cenizas de los difuntos y mantenerlas custodiadas en el domicilio.
Mientras
tanto, litros de sangre, metros cuadrados de pellejos de santos prepucios,
kilómetros de huesos y miles de piezas corporales desmembradas rezuman santidad
en el particular parque temático de algunos templos católicos del mundo. Son
fragmentos humanos que permanecen incorruptos en la esperanza de unirse entre
sí al final de los tiempos para resucitar con Cristo (‘Ad resurgendum cum
Christo’).
Es
posible, aunque no se hayan atrevido a decirlo, que los cerebros grises de Roma
sospechen que quienes han padecido la incineración lo van a tener más difícil
ese día de gloria, porque las cenizas, según ellos, no deben ser el capítulo
final de la existencia humana: el destino último es entregarnos a la tierra de
la que provenimos. Nuestros cuerpos de barro –creados según la mitología
bíblica con polvo y saliva divina– deben volver al polvo originario en lenta
pudrición, sin acelerar el ritmo con procedimientos antinaturales que los «destruyen
brutalmente», los convierten en cenizas y harán muy difícil su reencarnación
cuando suenen las trompetas del juicio final.
Son
ocurrencias de una institución rancia e inmovilista que permanece anclada en
dogmas medievales. Nada les importa llenar de desasosiego a los católicos que
han optado por la cremación de sus familiares muertos y que estos días honran
sus memorias con el mismo respeto y recogimiento con que lo están haciendo los
que llenan de flores los cementerios.
Me
declaro enemigo de los dogmas. Pero sospecho que por más vueltas que le demos a
la cuestión –enterrados o incinerados, en polvo o en ceniza– todos acabaremos
igual. Como Luis de Góngora, en ese estremecedor endecasílabo que da remate a
un genial soneto, presiento que al final de los tiempos nos convertiremos «en
tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada».
https://www.academia.edu/34052615/Las_Vallinas_Teverga_Asturias_._An_Iron_Age_and_Roman_Farmstead_in_Northern_Spain
ResponderEliminar