La
persona responsable es digna de una credibilidad que el irresponsable no posee.
El presidente catalán se creía el mejor gestor del circo de la crisis cuando la
cosa no iba con él, pero ahora que le crecen los enanos de la pandemia, en la
pista que ya gestiona, no sabe muy bien qué hacer y tiene la tentación de tomar
las mismas medidas que criticó al gobierno «centralista»: un nuevo
confinamiento domiciliario. La feria es distinta según el cristal con que se
mira y desde la posición que se ocupa.
A
mí me sucede lo mismo ante la actitud de algunos jóvenes, si no mantengo la
cabeza fría. No quiero ser en este asunto como Torra y criticar solo una parte,
sin tener en cuenta que la realidad tiene muchas aristas. Cuando me dejo llevar
por el corazón, estimo que nunca han sido tan estridentes los motores de sus
coches –los de algunos, repito– como desde que se produjo «la suelta» tras la
pandemia. Han salido inflamados de falsa libertad y transitan sintiéndose los
amos del cotarro circulatorio. No tienen reglas. Son los reyes del mambo. O se
lo creen, y se llevan todo por delante. Cuando en la noche esos gilipollas
cabalgan sobre el ruido, me hacen recordar el mundo apocalíptico que tantas
veces hemos visto en la ciencia ficción. Me sacan de quicio, lo reconozco. Luego
la cabeza se impone. Hay quien nada merece, sí. Acaso una buena reprimenda.
Pero la mayoría –al menos así me apetece pensar– son como esos estudiantes
modélicos que cada temporada se superan en la selectividad, o como ahora se llame
la prueba.
Estaremos
de acuerdo en que lo que hace falta es que el día de mañana la responsabilidad
social recaiga sobre ellos, porque de mediocres irresponsables ya estamos bien
servidos.
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