No
es el momento. Dicen que lo prioritario ahora es luchar contra el coronavirus; lo
demás puede esperar hasta que lleguen tiempos mejores. Cruzaremos los dedos y
pediremos que otro mal no se nos lleve por delante, como ha sucedido en
Espinosa de los Monteros, donde una señora ha muerto por un cáncer
diagnosticado tarde, a sus tempranos 48 años, «sin lograr una sola cita
presencial con su médico». Hay quien cree que las palabras pueden curar, y por
eso atiende desde la distancia, pero el verbo solo es bálsamo que alivia psicológicamente,
con preferencia cuando se realiza cara a cara. Salvo milagro, únicamente las acciones
médicas sanan.
El
maldito virus ha puesto en evidencia las carencias sanitarias del país y ha
demostrado que no se puede ejercer la medicina con rigor –salvo para certificar
el ‘rigor mortis’– cuando no hay suficientes medios personales ni técnicos.
Hemos vivido engañados por las soflamas de los responsables de la cosa
sanitaria, que escamoteaban la verdad a los ciudadanos. Avestruces ontológicos,
escondíamos la cabeza bajo las alas del engaño.
No
se encuentran soluciones para los vivos. Tampoco para los muertos. Después de
cuarenta y tres años de democracia algunos estiman que no es «prioritario ni
urgente» gastar dinero para activar la memoria histórica en tiempos de tribulación.
Por eso siguen enterrados en la incertidumbre de las cunetas y perdidos en la
niebla del olvido compatriotas cuyos familiares esperan la redención de la luz.
Gestionar todo esto es arduo, desde luego, pero nunca deberían surcarse los caminos
del olvido, y menos los del odio, por más que las desavenencias políticas pretendan
generar ese cáncer con cada enfrentamiento.
Y
sí, digan lo que digan, ahora es el momento para preocuparse tanto de los vivos
como de los muertos, sin que la pandemia sirva de excusa.
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