El Diario Montañés, 23 de diciembre de 2020
Esta
semana conjuga las esperanzas de la lotería y la futura vacuna con el temor a
los desplazamientos y a la mutación del virus. Con el añadido desfavorable de que
las normativas para luchar contra él son particulares, autonómicas, y están por
encima de una ley nacional. Y eso que el bicho no conoce fronteras ni horarios y
continúa campando a sus anchas, como demuestran los datos: quienes hace poco estaban
situados en cabeza de la clasificación de la seguridad, pueden encontrarse
ahora en la parte más baja, porque el covid se retira con ritmo aritmético,
pero avanza con paso geométrico. Además, se manifiesta con retraso de días y
con una visión (permitidme decirlo así) más global que la nuestra.
Raphael,
que era consciente de la peligrosidad de los contagios, decía que estaba
pasando miedo «porque nadie sabe de qué va esto». Sin embargo, reunió en Madrid
a cinco mil personas cada día de su tradicional concierto de Navidad. Las que
pudieron ser sus grandes noches se convirtieron en un escándalo que han
denunciado las redes sociales, no tanto por la cantidad de espectadores como
porque se confirma una sentencia de la presidenta visionaria: no todos somos
iguales ante la ley. Los organizadores manifiestan que respetaron las medidas
de seguridad y de aforo dentro del Palacio de Deportes, cuya capacidad permite
acoger dieciséis mil espectadores, y que «los asistentes tenían un servicio
para pedir comida y alimentos desde sus asientos, sin necesidad de moverse».
Me
inquietan las diferentes varas de medir. En Madrid había mucho más público en
un recinto cerrado que el que puede haber en una verbena a cielo abierto o que el
que comió en la Filmoteca con Illa. Sin embargo, las verbenas siguen
prohibidas, y el tentempié del ministro se está analizando con lupa. Somos
contradictorios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario