El Diario Montañés, 9 de junio de 2021
Comienza
la feria del libro de Santander. Durante doce días el espacio de la plaza de
Alfonso XIII se convertirá en protagonista, bastión de la cultura escrita sobre
papel. Lectores y autores se encontrarán, en actos de acercamiento, aún con
prevenciones por el peligro de estos tiempos revueltos. Y como siempre, ahora
más que nunca, los editores tendremos la difícil tarea de atraer a los más
jóvenes al maravilloso mundo de la lectura, que se les hurta en estos tiempos ligereza.
La
semana pasada, en una emisora nacional, una ‘influencer’ de la mediocridad, que
tiene más de cuarenta mil seguidores, pero de cuyo nombre prefiero olvidarme,
presumía de no haber leído jamás un periódico en papel, y añadía que tampoco
estaba dispuesta a leerlo, porque el papel solo lo utilizaba para envolver.
Algo similar le sucedía con los libros. Quizás ajenos al peligro de tales
afirmaciones, los entrevistadores le rieron la gracia. Fue en ese momento
cuando me pregunté por el papel que juega el papel en el caso de estos
analfabetos de la letra impresa, faros para tanto fanático.
Sospecho
que en tiempos de pandemia –cuando para la mayoría de nosotros el libro fue un compañero
de soledades que nos contaba historias al amor de la quietud forzada– la
‘influencer’ haría morritos en las redes sociales y mostraría el día a día de su
hueca trivialidad con reflexiones disfrazadas de filosofía, aunque copiadas la
mayor parte de las veces de los libros de papel. Después, recogería sus
pensamientos impresos –que eso viste mucho– para firmar ejemplares en las
ferias sin ningún rubor, admirada por un público juvenil que se entregaría a
sus creaciones de mercadotecnia. Un mal ejemplo que viene a demostrar que algunos
viven del cuento predicando el desprecio hacia el papel, pero aprovechándose luego
de su prestigio.
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