El
pasado sábado se celebró el día del cómic en España, conmemorando el mes en el
que nació el primer TBO. Además de ser considerado el noveno arte y conseguir
un hueco en la universidad y en los museos, el cómic debería abrirse paso sin
complejos en la enseñanza, para ayudar en la labor de promoción lectora. Francisco
Ibáñez, creador entre otros personajes de Mortadelo y Filemón, decía que para
llegar a Kafka convenía navegar primero por las aventuras de sus agentes,
porque concebía el tebeo como paso imprescindible para el acercamiento
posterior a obras «de mayor enjundia». Tengo un amigo intelectual, poeta y autor
de relatos cortos, que dice no haber leído nunca un cómic, porque es algo que
no le seduce. Eso que te pierdes, suelo contestarle, porque el cómic, como la
gran literatura, tiene diversos escalones de complejidad, y la novela gráfica –uno
de los más elevados– puede colmar las expectativas de cualquier lector, ya que junto
a un texto de calidad sitúa imágenes de primer nivel artístico. Digamos, por
simplificar, que es como una película en la que el lector, además de poner voz
a los personajes con su lectura interior, debe completar algunos espacios entre
los fotogramas (viñetas). Es decir, participa más activamente que en el cine, y
suma a la actividad gratificante de leer el placer de la contemplación del arte
en sus estampas.
En
nuestro país contamos actualmente con grandes guionistas y dibujantes, que tienen
en común la pasión por la lectura y el respeto por la documentación, para ser muy
precisos en cuanto a la historia y los dibujos. Por ello recomiendo leer tebeos
en todas las edades. En los inicios, para acercarse a los libros de manera
atractiva; luego, porque satisfacen cualquier apetencia intelectual.
¡Fuera
los complejos! ¡Larga vida al tebeo!
Si no hubiera sido por los TBOS cuántas cosas nos habríamos perdido.
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