El Diario Montañés, 30 de marzo de 2022
Demasiado
inocente, concebía el metaverso como una clasificación literaria, que era a la
poesía lo que es la metafísica a la física. Pero no. Resulta que es un universo
virtual, paralelo a nuestro mundo físico, en el que podremos desarrollar
multitud de actividades, actuando en su interior con un avatar (nuestro yo
digital) y un visor (gafas o como quieran llamarlo) que nos permitirán percibir
esa realidad virtual. Pero en este universo paralelo prima lo económico –no
podía ser menos– y, como cuando la iglesia prometía parcelas en el cielo a
cambio de bienes terrenales del futuro «paraísoteniente» –permítaseme la
licencia–, también aquí se pueden comprar terrenos que, «dependiendo de su
ubicación, tamaño, servicios y demanda existente», pueden costar 13.000 dólares
como promedio. Casi nada.
Tengo
un amigo, cuyo nombre no desvelaré –es muy conocido por su labor creativa–, que
acaba de comprar en el metaverso la parcela del antiguo campo de Polo de la
Magdalena, convertido hoy en zona de ocio para celebrar conciertos, eventos
deportivos y otras actividades. «Era lo que quedaba libre en esa península, y
tenía un precio asequible», me dice. En adelante, quienes quieran realizar
eventos virtuales, conciertos o pasear por esa parcela tendrán que solicitarle
permiso, ya que es el propietario de tales bienes raíces, porque la
especulación inmobiliaria ha entrado de lleno en ese mundo ficticio. Como ha entrado
a saco el sexo. Pagando, podremos tener cuanto queramos y dar salida a nuestras
fantasías más ocultas «en el lugar más excitante», que, si es en la Magdalena,
por ejemplo, exigirá nuevo pago a mi amigo.
Probablemente
también llegarán hasta el metaverso dictadores, huelguistas sin oficio, militares,
terroristas, curia, salvapatrias… y repetiremos allí los errores de aquí. Al
fin, ese espacio es un invento humano. Demasiado humano. Y nos deshumanizará aún
más.
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