El Diario Montañés, 30 de noviembre de 2022
Circulan informaciones por internet
que hacen dudar sobre su propia veracidad. Acabo de enterarme de que una cadena
de supermercados comercializa un envoltorio con dos huevos hechos a la plancha,
y envasados al vacío, que solo necesitan ser preparados al microondas. Una
medida que han tomado con un par, como si pretendieran que figurase en la
historia universal de lo absurdo, aunque a mí me ha servido para aliñar este
artículo.
Luis Enrique, que confesaba
recientemente que había cenado seis huevos, tres fritos y tres cocidos, habrá
torcido el gesto, porque a él le gusta prepararlos al momento. Lo único que suele
precocinar es el encuentro contra su próximo rival, para el que siempre pide a
sus jugadores que le echen huevos y pongan toda la carne en el asador (las
metáforas culinarias, mientras lo permita la obsesión por lo correcto, son características
de nuestro país, donde lo mismo tomamos el cuerpo de Cristo, que huesos de
santo, cabello de ángel, brazo de gitano, yemas de santa Teresa, tetas de
novicia, pedos de monja, pelotas de fraile... o los autóctonos cojones del
anticristo, chochitos ricos u orgasmos a la crema de orujo).
Sea como fuere, lo cierto es que,
en cuanto al fútbol se refiere, nos hemos comido a Costa Rica tras meterles «siete
chicharros», estuvimos en un tris de merendarnos a Alemania, y si no se nos
atraganta Japón superaremos con facilidad la fase de grupos del mundial de
Qatar, donde los nuestros, por cierto, no pueden catar jamón ibérico porque la
importación del cerdo y sus productos, entre otras cosas más importantes, está
prohibida por ley.
Lo cierto es que, si el equipo sigue
manteniendo este saborcillo a octavos de final, algunos periodistas deportivos deberán
comerse con patatas los prejuicios que han alimentado sobre nuestro
seleccionador. Al tiempo.
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