«Ser
de pueblo no estaba bien visto. Lo comprobé cuando empecé al colegio en
Santander. Aunque pude desquitarme pronto de la petulancia capitalina de mis
compañeros, porque yo conocía el nombre de los pájaros y de los árboles, y
ellos no». Esto me lo contaba Mario Camus. También, que echaba de menos las
canciones que se improvisaban en los bares, algo común en la ciudad de su
infancia. «Regresaba del colegio al atardecer, y en cada taberna había grupos
cantando a coro. Es una lástima que esa costumbre se haya perdido». Fue cuando
me confesó que se dedicaba a recordar las letras de aquellas tonadas para
ejercitar la memoria, y que después las recopilaba en un cuaderno.
Rememoré
aquella conversación el pasado domingo en Fresno del Río (Campoo de Enmedio), donde
me habían invitado a presidir, junto a Pedro Manuel Martínez, alcalde de aquel
municipio campurriano, la entrega de premios del Concurso de Narrativa
Costumbrista de los Valles de Cantabria. La ronda El Liguerucu y la Escuela de
Folclore Luis García ambientaron el acto cultural con sus sones y tonadas. Resultó
emocionante. Sobre todo, al ver a las más pequeñas tocar la pandereta, o al
propio alcalde, integrante del coro, emitir el ‘ijujú’ o ‘relinchido’ –herencia
guerrera celta– al final de una canción.
Entre
aquellas gentes de pueblo, que siguen enriqueciendo con su impulso nuestra
identidad en tiempos de uniformidad cultural, me sentí orgulloso de ser de
pueblo. Seguro que Mario también se habría sentido satisfecho. Recuerdo una
edición de la Gala de las Letras de Santander de la que salió echando pestes porque
todas las canciones se habían interpretado en inglés. «El próximo guion te lo
preparo yo, incluyendo canciones montañesas; no podemos menospreciar lo nuestro»,
le comentó con cercana complicidad a Gema Igual.
Lo manifestaba
un creador universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario