El Diario Montañés, 24 de mayo de 2023. Fotografía: Twitter
El
miedo a no dar buena imagen es propio de estos tiempos en los que parece obligado
ser felices o al menos simular satisfacción. Todos, y yo el primero, hemos
caído en las garras de los medios sociales, donde debemos mostrarnos perfectos a
todas horas.
En
los actos culturales o en las presentaciones políticas también hay que dar esa «sensación
de buen balance». Para ello es imprescindible presumir de la asistencia de
público y poder así alardear sobre quién la tiene más grande (la asistencia,
claro). No obstante, para presentar como éxito un fracaso, si es que hubieran
fallado las expectativas, existen varios trucos. El más utilizado es publicar
fotos de la mesa de los ponentes sin descubrir el escaso público presente: el
no va más del simulacro, del revés girado a triunfo por arte de un enfoque que oculta
la realidad, como otros alcanzan la perfección con Photoshop. También se puede
fotografiar parte del aforo, escondiendo los huecos con ángulos precisos, haciendo
que esa parte parezca el todo.
Por
eso estoy tan confuso con las concentraciones políticas como con las encuestas.
Me asaltan las dudas. Al igual que, aun llenando el auditorio en un acto
cultural –pongamos la presentación de un libro–, no existe la certeza del éxito
en las ventas, supongo que estos días en los partidos políticos también tienen
la zozobra de cuál será el voto definitivo de cuantos asisten a los mítines o
contestan las encuestas (por no hablar de los indecisos).
Algunos
traidores a la democracia han querido superar esa incertidumbre comprando los
votos por correo –que se sospeche, en Melilla–, cargándose la esencia de la
participación libre y democrática. Algo que nunca creímos que podía suceder en
nuestro país, tan maduro, tan íntegro. Aunque, a poco que se hurgue, tan de
truhanes.
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