El Diario Montañés, 17 de mayo de 2023
El
desván de las promesas incumplidas, repleto habitualmente, puede reventar estos
días colmado por las ofertas que se amontonan en su entrada. La esperanza
humana necesita nutrirse de futuro, aunque sea incierto, y cada cuatro años no
falta quien nos lo ofrezca sin mesura. A esas personas de verbo fácil y hablar
desenvuelto se les conoce con un nombre de poco uso, ‘facundos’, que para
muchos solo tendrá el significado de una marca de pipas, aunque los más
ilustrados conocen su proveniencia de ‘facundia’.
Mientras
nos hablan y prometen, la mayoría escuchamos sus discursos cómodamente asentados
sobre nuestros ‘tafanarios’, sustantivo que no le anda a la zaga en cuanto a
rareza, pues así se denominan las nalgas o el trasero, sobre todo si son
generosos en carnosidad. Según parece, la palabra era de uso común en la
Salamanca del siglo XVI, cuando los estudiantes menos pudientes, ‘los capigorrones’,
predecesores de los actuales tunos, calentaban con su culo –perdón, con su
tafanario– el asiento de los más pudientes. Al llegar estos a sus sitios, los
capigorrones tenían que colocarse en el fondo de las aulas, donde más frío
hacía, aunque para combatirlo les dieron el ‘derecho al pataleo’, que no era sino
golpear con los pies en el suelo para entrar en calor.
Y,
miren por dónde, los días que nos vienen pueden poner de actualidad estos
términos ya remotos, pues de la facundia de los candidatos dependerá en gran parte
que algunos sigan en sus sillas o se vean obligados a moverse de ellas. De ser
así, nada debería pasar, si acaso que los tafanarios de los recién llegados
encuentren los asientos fríos. Si los ocupantes demostraran ser unos tunos, y
nos hubieran embobado con sus promesas como a gaznápiros, hasta las nuevas
votaciones nos quedaría el derecho al pataleo.
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