Los
problemas de la sanidad regional son muchos, pero, como los mandamientos, gran
parte pueden resumirse en uno: los responsables del Servicio Cántabro de Salud
–no importa su signo político– lo gestionan con vicios más propios de los peores
empresarios. En el caso de la atención primaria, proclaman a los cuatro vientos
que los jóvenes no quieren cubrir las plazas MIR, culpándolos de la carencia de
profesionales de esa especialidad. No hablan de los contratos temporales que anulan
cualquier motivación para formarse en los medios rurales: «No renuncias a ir a
un pueblo remoto si obtienes estabilidad (un cupo de pacientes), lo que te echa
atrás es cambiar cada día de lugar y de pacientes; cuando terminas el MIR solo
tienes las salidas de Urgencias hospitalarias, de atención primaria –SUAP– o
las sustituciones, hoy aquí, mañana allá».
Esta
situación queda confirmada en las declaraciones de José Antonio Lobo, médico
jubilado que sigue trabajando a jornada completa en Rubayo, en un informe de
este periódico sobre los médicos de familia acogidos a la jubilación activa: «Faltan
los que nosotros provocamos: porque muchos se quedan a trabajar en Urgencias
del hospital y a otros no se les oferta un cupo en un centro de salud que les
dé estabilidad, sino contratos para rotar en los SUAP». Lo conocía «de primera
mano» porque su propio hijo se fue a otra comunidad «donde sí encontró lo que en
Cantabria no supieron ofrecerle». ¡Menudo contrasentido! Hacemos posible que siga
trabajando un padre jubilado, pero somos incapaces de ofrecerle al hijo un
trabajo digno.
Si
además el nuevo consejero apunta a una sanidad ‘business’, «o te pones a la
cola, o copago», es como para temblar. Aunque se excusara al día siguiente: «No
estuve acertado, me equivoqué y pido disculpas».
Muy sospechoso
en quien tanto medita.
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