El Diario Montañés, 26 de octubre de 2023
Escribir
de manera critica no debería servir para minusvalorar o insultar al criticado. Quizá
no sea la persona más indicada para dar consejos a los articulistas de opinión,
pero puedo ofrecerles alguna pauta que utilizo para redactar con mano de hierro
enfundada en guante de seda. Porque en estos tiempos en que tanto hablamos de
concordia, deberíamos desistir de los textos agresivos, más si se tiene en
cuenta que la elegancia literaria ofrece soluciones para salir triunfantes de
situaciones delicadas. En verdad resulta ofensivo redactar cada frase contra el
otro como si fuera un cóctel molotov. En eso era maestro Quevedo, a quien
seguimos leyendo con una sonrisa cuatrocientos años más tarde porque no somos Góngora.
La
prensa, en general, y la escrita, en particular, prefiere apretarse los machos frente
un taco inocente más que ante palabras que pueden resultar ofensivas. «Escribes
muy bien», me dijo en una ocasión Mercedes Mendoza, «pero no me gustan las
palabrotas que sueles dejar caer en tus artículos». Total, por algún ‘joder’ o ‘coño’
que utilizo muy de tarde en tarde, porque estimo que hacen menos daño que otros
vocablos que hieren como balas.
Regreso
a Quevedo. Ofrezco, como aguja de navegar prudentes, para todo aquel que
quisiere ser articulista crítico, a la par que respetuoso, unos pocos términos
que aconsejo evitar en los textos de opinión: antipatriota, borrego, progre, troglodita,
canallesco o chaquetero; desvergonzado, intolerante, parásito, cerril, necio o florero;
farsante, felón, usurpador, cacique, feminazi, okupa o filibustero; traidor, fraudulento,
mentiroso, ignorante, inepto o pesebrero.
Hay
muchos más, sin duda. En especial todos los que combinan a las mil maravillas con
mierda o caca. Pero con solo seguir este abecé, se puede alcanzar sin gran
esfuerzo un tono cortés y no perder por ello un ápice de mordacidad.
No
es tan difícil. ¡Jolines!
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