El Diario Montañés, 11 de octubre de 2023
Parece
que a los regionalistas se les está volviendo en contra el acuerdo de
investidura con el PP. Habían quedado casi noqueados por los resultados
electorales, y en plena cuenta arbitral –no recuperados del golpe, aturdidos y
tambaleantes– dieron en abrazarse a los populares, «a cambio de nada», para no
caer de bruces en la lona. Fue en ese momento de escasa clarividencia cuando
firmaron el compromiso que le permitía a Buruaga alcanzar el gobierno en
solitario, sin necesidad de tener que contar con Vox.
Parecía
un ejercicio de responsabilidad, pero hasta ahora no ha dado ningún resultado porque
Vox sigue ahí, presente, cual dinosaurio de Monterroso, defendiendo un ayer al
que Buruaga y los suyos no le hacen muchos ascos. Por eso parece que el PP solo
echará mano del partido de Revilla en momentos puntuales. Primero, PP y Vox unieron
sus votos para derogar la Ley de Memoria Democrática, en cuya redacción tuvo bastante
que ver el PRC. Después, Vox apoyará, con total seguridad, la reforma fiscal del
PP, pese a que se les quede corta –a los regionalistas les parece inoportuna y dicen
que «solo beneficiará a los ricos»–. Ahora, Vox ha registrado una proposición
para implantar el pin parental en Cantabria y «poner fin al adoctrinamiento
promovido desde las aulas» –recelando de la enseñanza pública y apuntando
peligrosamente a dos institutos regionales–: la coyuntura obligará al PP a explicar
su posición, dependiendo de la cual puede dejar de nuevo al PRC con el culo al
aire.
Aunque
quizá termine acostumbrándose y tales circunstancias no le perturben demasiado.
El lunes acaba de votar junto con los dos partidos de la derecha para modificar
una ley del suelo que ellos mismos habían aprobado con el PSC hace apenas un
año.
Es
como si aún siguiesen tocados.
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