El Diario Montañés, 4 de septiembre de 2023
Parafraseando
a Dürrenmatt, tener que demostrar lo evidente es propio de estos tiempos que cogen
el rábano por las hojas, aunque la raíz permanezca bajo tierra. Porque parece evidente
que deberían salir del olvido, sin estridencias, pero con justicia, las
víctimas de la guerra civil que siguen enterradas en las fosas del odio. El falso
mensaje de que hay cosas que no le interesan a nadie y es mejor dejarlas como
están ha calado en nosotros cual gota china hasta conducirnos al silencio de los
corderos. Favoreciendo ese movimiento de inmovilidad, VOX y PP se han puesto de
acuerdo en nuestro parlamento regional para derogar la Ley de Memoria Histórica
y Democrática. De raza le viene al galgo. No conviene olvidar que Rafael
Hernando dijo en su día que algunos solo se acordaban de su padre «cuando había
subvenciones para encontrarlo», ni que Mariano Rajoy empleó «cero euros» en la aplicación
de la ley de memoria. Con respecto a la nuestra, Leticia Díaz pidió su
extinción asegurando que «es una ley de revancha, que omite a una parte de las
víctimas». Íñigo Fernández aseguró que es «parcial, sectaria, caprichosa» y fue
desarrollada para «enfrentar a los cántabros».
Es
como si jugaran con los muertos, repartiéndolos en los platillos de una balanza
para equilibrar las atrocidades, aunque, como dice José Antonio Abella en su novela
‘Aquel mar que nunca vimos’, la realidad es que «todas las víctimas están en el
mismo platillo. En el otro están la barbarie, la intransigencia, la ignorancia,
el resentimiento, la pura maldad…».
La
consejera de Cultura ha querido poner un parche en la herida asegurando que se
mantendrán las exhumaciones de víctimas. Ojalá que ese parche sea suficiente. Sabemos
por experiencia que una herida solo se cura tras abrirla y limpiarla bien. Si
no, siempre supura.
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