El Diario Montañés, 1 de noviembre de 2023 (foto DM)
Tengo
una edad en la que ocupo las posiciones más avanzadas en las trincheras de la
batalla por la vida. Suenan cerca las balas. Quizá por eso realizo actividades hasta
hace poco inimaginables. «No puedo ir al cementerio, pero no debemos dejar en
el olvido a nuestros antepasados», me dijo mi madre cuando la vejez le impedía
acudir a ella. Los tres últimos años, cada primero de noviembre, acompañado por
Lines, adecentamos los nichos y aprovecho para cavilar sobre esos familiares a
los que apenas atisbé de niño, y cuyos restos, no incinerados, reposan en los
camposantos.
En
el de Villanueva, entre otros ascendientes, están Jesús Herrán Vega (mi abuelo Jesusón)
y Jesús Herrán Merecilla (mi tío-abuelo Jesusín). De izquierdas, el primero; de
derechas, el segundo. Por azares del destino, ambos primos se convirtieron también
en cuñados y convivieron durante toda la vida trabajando en la panadería
familiar. Mi abuelo Jesusón aparece en dos denuncias del Portal de Víctimas de
la Guerra Civil y Represaliados del Franquismo: en una, por «contribuir con una
cantidad en metálico a favor de la fiesta de la República» y en otra, por ser
«propuesto por el Frente Popular de Izquierdas para Gestor Municipal de la
Junta Vecinal de Villanueva». Me consta que ninguna de esas delaciones las
realizó Jesusín, como tampoco lo denunció cuando Jesusón le propinó tal
puñetazo en una discusión que, según me refiere Joaquín Leguina (también
Herrán), lo lanzó al otro lado del mostrador de la panadería. Jesusín tenía una
pistola en casa. Ni siquiera se le pasó por la cabeza amenazarle con ella.
Ambos se retiraron la palabra y compartieron el mutismo hasta la muerte. Fueron
un espejo fiel de la coexistencia difícil, pero posible, de las dos Españas.
Una
coexistencia que no debería peligrar ahora, aunque desenterremos el silencio.
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