El Diario Montañés. 27 de diciembre de 2023
¿No
os ha sucedido que cuando pedís un plato de carne, huevos y patatas, pongamos
por caso, siempre hay a vuestro alrededor alguien que reclama unos paquetitos
de kétchup y mayonesa para aderezar el suyo? A mí, constantemente. Estamos habituándonos
a la vulgaridad de los sabores fáciles, y esos condimentos embolsados han
penetrado hasta el fondo de algunos paladares. Su presencia resulta tan
indispensable en la mesa como la de los teléfonos móviles.
Pues
bien, para uniformar los gustos literarios también ha llegado la que denomino literatura
de kétchup y mayonesa. Los catálogos de las grandes editoriales están repletos
de obras de usar y tirar, todas ellas con similares sabores argumentales. «Está
saliendo muy bien», anima ataviado con un delantal, como si fuese a vender casquería,
un tendero multinacional de libros. Su criterio marquetiniano no es consciente de
que suele dar gato por liebre cada vez que sirve un ejemplar de los montones
donde se apilan los best sellers, rollizos y brillantes por fuera, insulsos por
dentro.
Quizás
por eso he decidido volver a regalar libros en estas fiestas. Había suspendido tal
costumbre hace tiempo, porque como editor me sentía incómodo. Parecía que, en
vez de obsequiarlos, promocionaba mis libros. Pero ahora siento la necesidad de
buscar los tesoros literarios que suelen estar escondidos en los catálogos de
las editoriales pequeñas, las que luchan por preservar el sabor primigenio,
libre de los aderezos que utilizan las grandes para encubrir la falta de
calidad.
En
este asunto tienen que jugar un papel importantísimo los libreros de toda la
vida, porque ante tantos despojos sus recomendaciones deben apostar por la
categoría literaria, como hacen los buenos sumilleres o los grandes gourmets.
Con la certeza, además, de que sus sugerencias preservarán la buena literatura
y el gusto lector.
Y no
golpearán los bolsillos.
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