El Diario Montañés, 17 de abril de 2024
En
Cantabria, en abril, ferias sevillanas mil. En este mes los ayuntamientos lucen,
en mayor o menor medida, su eclosión primaveral de lunares, faralaes, bulliciosas
sevillanas y refrescantes rebujitos. Y desfiles por sus calles, que, sin
caballos andaluces, suelen efectuarse en Magdalenos (la verdad, desconozco de
dónde salen tantos). Es una costumbre tan alejada de nuestra idiosincrasia (tan
sin gracia) que no le resultará difícil al gobierno regional denegar su
declaración como fiesta de interés turístico regional, si es que se le ocurre solicitarlo
a algún iluminado. Y más ahora, cuando parece que van a endurecer las
condiciones para que un evento obtenga esa categoría.
También
proliferan las ferias del libro, algo que debería alegrarnos a quienes andamos inmersos
en este oficio de apreturas. Mas no. Salvo las tradicionales de Santander,
Torrelavega y Santillana, y la primera de Castro Urdiales, que ha tenido un
arranque ejemplar en cuanto a organización, actividades y ventas, las que ahora
nacen parecen impulsadas por la improvisación antes que por una meditada organización.
El libro tiene un delicado ecosistema, integrado por autores, editores,
distribuidores, libreros, bibliotecarios y lectores, que nadie debería romper. Si
se fractura algún eslabón, el equilibrio peligra. Y ahí puede radicar el
problema, porque algunos escritores, tan pagados de sí mismos, prefieren pagar
sus creaciones literarias para verlas publicadas, aun sin pasar controles de
calidad. Al contrario que Borges, quieren presumir de lo que han escrito antes
que de lo que han leído. Costean sus obras, sí, y luego no quieren perder la
ocasión de venderlas, sea en romerías o en ferias de poca monta. Y de animar a realizarlas,
pues necesitan esos escaparates.
Me lo
decía otro editor amigo: quienes las organizan no respetan nada, es como si, para
poner en marcha sus congresos, los Colegios de Médicos convocaran a curanderos.
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