El Diario Montañés, 24 de abril de 2024
(Museo del Prado: «Un mendigo», lienzo de Pedro Alejandrino Irureta y Artola)
Los
caminos hacia la pobreza son imprevisibles. Cuando niño pude observar, tras el
anonimato de unas cortinas, al ex marido de mi tía abuela Julia pulsando el
timbre de la puerta de su antigua vivienda familiar de Villanueva, situada
frente a la mía. Como nadie le abriera, se sentó a liar un cigarrillo en uno de
los escalones que trepaban hasta el portal de la casa. Llevaba el pantalón ceñido
con una cuerda, la americana arruinada por mil intemperies, el sombrero de
fieltro deslustrado, y la barba larga y blanca como la de los mendigos de las
ilustraciones de mis libros infantiles. Cargaba un saco a la espalda para guardar
los productos que le donaba la gente caritativa, pues eran tiempos de dificultades
monetarias. Julia permaneció oculta, avergonzada sin duda por el qué dirán,
pero sin apiadarse de aquel hombre, antaño su esposo, que destrozó su vida con el
vicio del juego. Pobre de solemnidad, venía de Santander. Sin obtener nada,
regresó a la capital.
Los
indigentes, hoy en día, siguen acercándose al pueblo para pedir limosna. Uno de
ellos lo hace todos los sábados, con metódica regularidad. Mi mujer le prepara
un bocadillo y le entrega unas monedas. Un vecino le deja dinero suelto dentro
de un vaso que coloca en el alfeizar de la ventana del piso bajo; así no debe estar
pendiente de su llegada. También se presenta otro, menos predecible, sin día
fijo. No tiene las certidumbres del bocadillo ni de las monedas del vaso, pero,
bohemio, prefiere asumir ese riesgo antes que ajustarse a un horario.
Los
caminos hacia la pobreza son imprevisibles, repito. Aunque haya disminuido el
paro, dice la estadística que el 20% de los cántabros continúa en riesgo de padecerla.
Es como si el trabajo no se remunerara con un salario justo.
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