«Se
parece a Casper, pero no es Casper», advertía mi hija de apenas ocho años cuando
entregaba a la maestra una redacción que contaba la amistad entre una niña y un
fantasma. Había cambiado ligeramente el argumento, pero la historia era
idéntica. Tan pequeña, su copia era un ejercicio de inocencia.
Los
adultos, por si acaso, suelen advertir, en películas o en novelas, que «los
personajes y hechos retratados son ficticios y que cualquier parecido con
personas (vivas o muertas) o con hechos reales es pura coincidencia».
Jorge
Luis Borges sabía que por los resquicios de la creación literaria pueden entrar
ideas ya manifestadas por otros anteriormente. Por eso no tenía la certeza de
que su voz fuese siempre propia; podía ser de «todos los autores que he leído
[…]». Dejaba claro que ‘nihil novum sub sole’. Gonzalo Torrente Ballester me
confesaba en misiva de 1982, ante otra carta mía en la que le comentaba el
parecido entre un texto del mejicano Juan José Arreola y otro suyo posterior de
‘Fragmentos de apocalipsis’, que se alegraba «de haberlo ignorado, pues una
mínima prudencia me hubiera impedido tratar el mismo tema…».
Así
como Borges y Torrente tenían claro que se puede incurrir en parecidos razonables
sin pretenderlo, mi hija negaba con ingenuidad su candoroso plagio. Como lo
niega la empresa de publicidad desarrolladora de la nueva imagen corporativa de
Cantabria Infinita. Cabe decir en su defensa que elaborar logotipos originales es
tarea harto complicada, porque existen tantos que casi es imposible concebir alguno
diferenciado. Por eso resultan útiles las herramientas de comparación de
imágenes que nos ofrece la red. Si no las han empleado, sería incomprensible. Si
las han utilizado y han seguido adelante, parecería un engaño.
En
cuanto al coste, lo decía Antonio Machado: «Todo necio confunde valor y precio».
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