Fotografía de Loredo de Javier Cotera@Diario Montanes
Cantabria sigue dando pasos firmes para convertirse en un parque temático de atracciones turísticas. La mayoría de los pueblos ofrecen atractivos para disfrutar de la naturaleza, nuestro mejor patrimonio: marcos enormes, vías ferratas, columpios y bancos colosales, tirolinas, miradores, futuras instalaciones de teleféricos o toboganes… Y aunque no está nada mal, todas esas infraestructuras tienen el problema común de estar construidas en el exterior, lo que nos incita a pasar el tiempo mirando hacia el cielo y suspirando para que ni la lluvia ni las previsiones del delegado territorial de turno de la Aemet nos fastidien el maná de visitantes. Ese sí lo esperamos caído del cielo.
Es
cierto que necesitaríamos haber puesto algo por nuestra parte, finalizando de
una vez los espacios cubiertos que tanto anunciamos –el MAS, el Archivo
Lafuente, el nuevo MUPAC…–y así poder ofrecerle al visitante otras ‘cosas que
hacer en Cantabria cuando llueve’. Pero mientras tanto, en cuanto un rayo de
sol se atisba a lo lejos, seguimos quejándonos de las previsiones meteorológicas,
que nos auguraban una semana santa pasada por agua (buen problema te quitaste de
encima, amigo Arteche, porque ahora que Revilla protesta menos, parece que Gema
Igual ha decidido tomar su testigo).
Algunos
piensan que el cambio climático lo solucionará todo. Quizá tengan esa visión los
empresarios que pretenden convertirnos en un calco de Ibiza, construyendo desde
Langre a Loredo un gran complejo turístico. Si lo llevan a cabo, habrá
ventajas, no lo dudo, pero también podríamos tener problemas similares a los
que ya tienen los isleños: alquileres turísticos elevadísimos, superpoblación
veraniega y, curiosamente, como consecuencia de todo ello, fuga de profesionales
sanitarios.
Como
no hay mal que por bien no venga, César Pascual podría librarse de la propia culpa,
atribuyéndole al desorden urbanístico su caótica actuación con la Sanidad
cántabra.
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