El Diario Montañés, 11 de diciembre de 2024. Foto EFE
Si
ya había muchas personas que ponían en entredicho la necesidad del Senado, las
dudas pudieron aumentar esta pasada semana después de que se organizara en su
interior la VI Cumbre Transatlántica convirtiéndose en un foro ultraconservador.
Al conocer la noticia, me pregunté si dicha institución permitía celebrar tales
eventos en sus instalaciones, y ahondando descubrí que sí, que la sala había sido
cedida previa autorización de los seis componentes de la Mesa de la Cámara –cuatro
del PP y tres del PSOE, aunque estos últimos aseguraron, cuando fueron
conscientes del avispero que había originado la cesión, que ese punto «ni se
había debatido ni votado» (vino a mi recuerdo la canción de Torrebruno de mis
tiempos jóvenes: «yo no he sido detective, no me eche la culpa a mí, pues
entonces estaba haciendo pipí»)–. Sea como fuere, la licencia trajo aparejados discursos
de mentalidad precientífica, incomprensibles hoy en día, como el del exministro
Mayor Oreja (¡madre mía, en qué manos estamos los ciudadanos!) que defendió la
«verdad» de la creación divina frente al «relato» –que dicho así no es más que
un cuento– de la evolución científica. Fue más papista que el propio papa Francisco,
que respalda la evolución y el Big Bang porque «Dios no es un mago con una
varita mágica» que haya podido crear tan compleja diversidad.
Lo
cierto es que la Cámara Alta ha caído muy bajo, y lo empeoró al matizar que la
cesión de una sala no tenía nada que ver con el contenido de la actividad que
se pudo realizar en ella. ¡Faltaría más!
Cantabria
no tuvo presencia institucional, pero sí hubo un puente que sirvió de nexo en esa
cumbre de divagaciones decimonónicas. Allí estuvo, a nivel particular por
supuesto, el director general de Innovación del Gobierno Regional. Tremendo contrasentido.
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