El Diario Montañés, 2 de enero de 2025
Ya en
tiempos de Mariano Medina –hay que tener un montón de años para haberlos
conocido– la información meteorológica ocupaba bastantes minutos en el Telediario.
Como por entonces no surcaban el espacio tantos satélites especializados, y los
medios técnicos estaban a años luz de los de ahora, las predicciones de don
Mariano, aunque científicas, se encontraban expuestas a mayores imprecisiones. Los
parroquianos del bar de mi pueblo –el único lugar con televisión–, brutos pero
nobles, celebraban sus errores más que los aciertos, que atribuían a la
casualidad, pues, sin saberlo, su ignorancia los hacía desconfiar de la ciencia
hasta límites cercanos al negacionismo.
Ahora,
sin embargo, salvo unos pocos que priorizan sus asuntos sobre la atención a los
niveles rojos de alerta, u otros que comulgan con las ideas zaragozanas o
pastoriles que interpretan el cielo como si leyeran posos del café, la gente
siente un respeto casi reverencial hacia las previsiones. Solo las noticias
deportivas compiten con el silencio atento que incita en los espectadores ese
apartado televisivo, con una presencia y unos tiempos de emisión propios de los
programas del ‘prime time’.
Últimamente,
además, el apartado meteorológico nos está transmitiendo una sorprendente riqueza
de vocabulario técnico (atrás quedó el que se limitaba a isobaras, borrascas,
anticiclones, marejadas…, con las Azores, de donde venían todos los cambios, en
el lado izquierdo del mapa). Si ya habían desechado lo de la gota fría, ahora,
aunque aún hablan de escarchas, carámbanos, rocíos o nieblas densas, nos han
sorprendido con la utilización de dos palabras que muestran a un tiempo escritas
en los rótulos: ‘cencelladas’ («congelación de gotitas de niebla») y ‘engelamientos’
(«gotas de agua que se congelan al posarse sobre los objetos»).
Lo
decían las viejecitas de Forges: «toda la vida aprendiendo a decir ‘pinícula’,
y ahora lo llaman ‘flin’».
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