El Diario Montañés, 4 de diciembre de 2024
La ostentación
compasiva del franquismo de los años cincuenta ideó la campaña «siente un pobre
a su mesa» para que en Nochebuena las familias acaudaladas ejercieran caridad
con los indigentes. Luis García Berlanga y Rafael Azcona caricaturizaron aquella
maniobra buenista –«conservadurismo compasivo» lo llamaron más tarde los
sociólogos— en ‘Plácido’, una película que hubieron de titular de tal guisa porque
la censura prohibió nombrarla de igual manera que el lema de aquella campaña. Aunque
desde entonces los tiempos han cambiado una barbaridad, estos nuestros siguen
teniendo en común con aquellos, entre otras muchas cosas, la exhibición de los
actos de beneficencia de manera contraria a la discreción que recomienda el
cristianismo, que nos advierte de que cuando demos una limosna no se entere la
mano izquierda de lo que hace la mano derecha.
Ahora
ya no se trata de poner un pobre a nuestra mesa, sino de colocarse en una mesa
de lujo en beneficio de quienes necesitan ayuda por los destrozos de la DANA. La
idea es sencilla: ciento veinte personas en Cantabria –y otras más en España, quizá
no muy acaudaladas, pero sí pudientes– podrán experimentar el placer propio de
la degustación, al tiempo que su conciencia –previo desembolso de los
quinientos euros que cuesta el menú– se colma de paz por haber realizado una
buena obra pensando solo en los demás.
Si
es cierto que será un festival de química culinaria, maridaje perfecto de
soplete, humo, y vanidad, no lo será menos que los comensales podrán
desarrollar su química solidaria y borrar cualquier sombra de duda, si es que la
tuvieran, de la idoneidad de tal cena, en la certeza de que no se debe confiar
en lo público, porque solo el pueblo salva al pueblo.
A los
más necesitados, incluso, se les podría enviar algún táper.
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