El Diario Montañés, 18 de diciembre de 2024
Según
refleja el informe PISA para adultos, uno de cada tres españoles no entiende lo
que lee. Nada dice sobre ello, pero sospecho que tampoco entiende mucho lo que
le hablan, porque para entender hay que escuchar, y para escuchar hay que
prestar atención a lo que se oye, asunto complicado en esta sociedad de ruido y
ligereza. Una lectura profunda, además de la buena preparación de los lectores,
necesita recogimiento y reflexión, pero contra esas condiciones sufre ataques por
muchos flancos, siendo de los más importantes el de la eclosión de las
pantallas móviles.
Siquiera
para paliar el problema es fundamental la implicación de la escuela, pues una
de sus tareas primordiales es formar personas con criterio. Pero para
conseguirlo no debería basarse en la simplicidad. La enseñanza que rebaja el
nivel, escudándose en la brevedad de los discursos ante la dificultad de los
alumnos para mantener la atención, o que recurre a lecturas sencillas para
facilitar la comprensión, es peligrosa: puede conducirnos hacia un método que, por
presentar los contenidos masticados cual papilla, genere espíritus desdentados
y romos. Un fracaso en toda regla, ahora que las ideas y las noticias falsas generan
teorías extravagantes.
Hay
también escritores que transitan sendas insustanciales. Peter Handke dice que
no puede escribir con frases cortas, porque le parece una escritura falseada. «Hoy
–aclara–, en cualquier libro que abro encuentro tres frases cortas… y no puedo
leerlo pues no hay nada que leer. Leer es una expedición, una aventura, entrar
en algo, como Dante en el bosque oscuro, y tal vez después, al final, encontrar
una luz. El problema en la actualidad es que se trivializa todo».
Por
eso, en tiempos de trivialización, cuando el bulo tiene bula para ocultar la
realidad con su velo, necesitamos, más que nunca, educar lectores
con entendimiento.
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