El Diario Montañés, 29 de enero de 2025
Muchos
actos culturales se están sosteniendo –si dejamos a un lado los conciertos que
se diseñan pensando en los jóvenes– gracias a la participación de las personas
mayores. En la presentación de un libro, en una conferencia, presenciando una
obra de teatro o asistiendo a un concierto de música clásica, pongamos por
caso, el cabello blanco, las calvas y los esmerados peinados con mechas predominan
entre el público. Gracias a su participación, la cultura sale casi siempre vencedora
en el desafío amenazador de las butacas vacías. En cuanto a la actividad
turística, qué decir de los viajes del Imserso, vigorizantes imprescindibles
para mantener vivos lugares que, de otro modo, permanecerían mustios gran parte
del año.
Si
bien el reciente frenazo de la revalorización de las pensiones, finalmente
arreglado, pudo enfriarnos el otoño de la vida a más de doce millones de
pensionistas, en Cantabria, donde gobierna el mayor partido de los que votaron no,
se había actuado teniendo en cuenta la importancia de la tercera edad como fuente
turístico-cultural de primer orden. De ahí que recientemente hayan sido
nombrados tres responsables de la cultura y el turismo regional provenientes de
la actividad geriátrica.
La
gente se ha echado las manos a la cabeza con tales designaciones, llegándolas a
relacionar con el amiguismo. No puedo entenderlo. Tengo la certeza de que es muy
difícil que haya personas más apropiadas para el cargo que la trinidad elegida,
porque en esta nueva era de envejecimiento activo de la población, los especialistas
en asuntos geriátricos –alma de animadores– deberían resultar tan
imprescindibles para la cultura y el turismo, como lo son los desfibriladores para
los centros deportivos.
Con tan
sabia decisión, hemos dado otro paso más que confirma el pensamiento de Buruaga:
en Cantabria somos únicos.